«Señor, Salvador de mi alma, ¿a dónde me has conducido? Aquí estoy, en la torre de los condenados, asesino convicto, y mañana, al amanecer, ¡me llevarán a la horca y seré colgado! Pues quien dé muerte a un semejante debe ser muerto; ésta es la ley de Dios y del hombre.»
Qué difícil es, por no decir imposible, no salir marcado por los títulos que nos presentan Libros del zorro rojo.
Hoy os quiero presentar una novela corta que os atrapara, una historia que se lee de un tirón donde lo humano y lo divino van de la mano, donde la humanidad más pura se muestra en sus aciertos y en sus fallos.
Una historia prohibida, un triángulo desequilibrado, un amor divino y un amor humano, confusiones en el alma y un paisaje lúgubre que se transforma en un personaje en sí mismo creando una atmosfera asfixiante donde fluyen las contradicciones.
El monje y la hija del verdugo es presentada por la pluma de Ambrose Bierce, aunque muchas suspicacias ha creado su autoría.
Antes de entrar en materia me gustaría dar una pincelada a las ilustraciones de Santiago Caruso que llegan a ser casi tan impactantes como la prosa que acompañan.
La portada juega con los tonos ocres de la naturaleza otoñal, en su zenit de la vida de año, donde vemos un monje que se confunde con el ambiente y sostiene en a mano una vena roja y sobre su cabeza pende una daga roja, bañada en sangre.
Sus ilustraciones juegan con los ocres, negros y rojos, creando una atmosfera cerrada, oclusiva donde el mismo autor reconoce que su deseo era pintar una batalla entre la naturaleza y la religión.
La historia nos lleva al 1680, a un remoto monasterio en los Alpes bávaros y a conocer a Ambrosius quien junto con otros dos monjes franciscanos, es enviado por sus superiores al monasterio de Berchtesgaden.
Casi al final de su viaje se topan con un cadalso, de cuya horca pende un ajusticiado. Allí cerca se encuentra Benedicta, la hija del verdugo, Una muchacha muy hermosa quien despierta algo en el joven monje. Quien con el paso del tiempo y viendo como la tratan los del pueblo por ser la hija de quien es empieza a dudar de sus sentimientos fraternales o carnales.
Algo que no pasara desapercibido para nadie, ni monjes ni aldeanos y aunque reza a San Francisco, acaba siendo aislado cuando un tercero en discordia mete baza.
Esta situación no va a hacer más que afianzar los sentimientos de nuestro protagonista y desencadenar un trágico final.
El miedo, el horror, la culpa y los desengaños amorosos serán temas que fluirán en la narración.
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