Por Raúl Gotor
El
tren de los huérfanos de Christina
Baker Kline es como aquella historia vivencial de nuestras abuelas que nos
cautiva: nos gusta que nos la cuenten aunque nos enturbie su tristeza y
desgarro.
Ediciones
B nos presenta un paralelismo atípico. Da igual los años que pasen, da igual
lo que el mundo pueda cambiar… las personas seguimos siendo personas y
sufrimos, peleamos y reímos por las mismas cosas que antaño.
Molly es una chica de acogida que vive en Maine a lo
largo de 2011. Problemática, con carácter y no muy bien avenida con su familia
adoptiva. Debido a cierto problema se ve forzada a realizar trabajos sociales,
pero con la ayuda de su novio Jack esos arduos trabajos se convierten en limpiar
el desván de una anciana. Molly no entiende todavía que ese soporífero trabajo
le cambiará la vida, y que en cada caja mohosa encontrará retazos de su propio
alter ego.
Niahm es una joven niña irlandesa que se ve obligada a
zarpar junto a toda su familia a Estados Unidos en 1929. Pronto descubrirá que
la vida es una sucesión de penurias, sobre todo para una chica como ella… las
idas y venidas a lugares peores que el anterior harán que forje su propia
personalidad aunque en el trayecto pierda muchas veces parte de su identidad.
¿Pero que tienen en común Molly y Niahm? Sus historias se
alternarán para entretejer una sola vida de dureza, sacrificio y rebeldía.
Un lamento que nos habla del tren de los huérfanos. Un episodio
de la historia de Estados Unidos que se mantiene oculto y a la sombra de otros
episodios nacionales mucho más enarbolados por la sociedad. Un ejemplo más de
cómo la pérdida de identidad de todo un colectivo sirve de beneficio para otro,
aquel donde las personas se ven privadas de todo lo que tienen y obligadas a
acogerse a una nueva patria, bandera y forjarse su propio sentimiento de
pertinencia.
Una historia entrañable donde las haya, de aquellas que
se nos quedan en el recuerdo, no por ser excesivamente originales o dinámicas,
sino por ser humanas y atemporales. Un voraz lector me entenderá si le digo que
una historia así es de las que se quedan grabadas en nuestro subconsciente para,
de vez en cuando, reflotar con el “click” de alguna propia vivencia. Vividla.