Por Raúl Gotor
Imaginad una llanura blanca, inmaculada, virgen. Imaginad
ríos rojos, sin apenas meandros. No existen llanuras, el paisaje es montañoso.
Cada rio tiene sus afluentes y fluyen con maestría alrededor de los dos
caudales principales. Y el paisaje es, simplemente, maravilloso.
Esos ríos se nos presentan en La chica que tocaba el cielo de Luca Di Fulvio, escritor tanto de cuentos infantiles como de novelas
de la talla de la que os hablo. No es de extrañar que el diario Der Spiegel lo
haya considerado como uno de los escritores europeos de referencia.
Esos ríos están escritos con la sangre de dos corazones,
los de Mercurio y Giuditta un joven estafador y una judía que llegarán a
entender que el amor es el sentimiento más zozobrante en plena Venecia de 1515.
Acompañados de sus amigos, sus enemigos y porqué no, su familia (ya que la
familia es aquella que te quiere y si puedes escogerla ¡ya es lo más!) vivirán
a la sombra de las ideas más recalcitrantes de la época. Personajes principales
y secundarios con tanta fuerza que no dejarán indiferente a nadie.
De la mano de Ediciones
B nos adentramos en un viaje por la Italia de 1500, en una de las novelas
de amor y aventuras que me evoca, personalmente, a los mejores títulos de la
historia de la novela romántica italiana como “I promessi sposi” (los Novios)
de Alessandro Manzoni con el cual comparte historia de amor, trama histórica y
por supuesto localización.
Mercurio y Giuditta nos enseñarán a quererlos, a temer de
sus enemigos, a hacernos cómplices de sus deseos como pocas novelas consiguen
hacerlo dejándonos finalmente ese vacío interior en la despedida al acabar sus
casi 800 páginas, como quién despide un amigo, un amor, con el cual perderá el
contacto diario.
Imaginad una llanura blanca, donde esos ríos de sangre
han formado palabras de amor, valentía y coraje. Un viaje lleno de montañas,
donde los relieves son las penurias y los lagos, las alegrías que da el vivir.
Ese espectáculo emocional se llama: La chica que tocaba el cielo.