Por Raúl Gotor
Booket nos vuelve a sorprender ésta vez de la mano de Carlos del Amor mediante su incursión en la novela. Su segundo
libro, El año sin verano es una
delicia, afianzando su éxito tras la publicación en 2013 de “La vida a veces”.
Carlos del Amor, periodista y colaborador de radio, nos
ofrece un relato vivencial y plagado de sentimiento que no nos puede generar
ningún tipo de apatía. Un relato llano, carente de retórica banal, donde los
personajes son pequeñas cajas de sorpresas que has de ir desenvolviendo poco a
poco.
Nuestro protagonista, un periodista-escritor en plena
crisis de la “hoja en blanco” se encuentra un 2 de Agosto el manojo de llaves
vecinales de la portera de su edificio, totalmente vacío a causa de las
vacaciones estivales. Ni corto ni perezoso, decide entrar una a una en las
casas desnudando secretos, historias de amor e incluso asesinatos.
Según vayamos ¿cotilleando? descubriremos las historias
de unos vecinos que podrían ser los nuestros propios. Historias desgarradoras y
conmovedoras, que harán que el lector empatice totalmente, de manera distinta,
con cada uno de los personajes.
Historias, que gracias a la fácil expresión del autor, su
cercanía en prosa y su sencillez a la hora de plantear la vida, hará que devoremos
en pocas horas unas vidas de años, forjadas a través de los tiempos, creadas en
los albores de los primeros llantos y acunadas bajo el foco de sus propias
postrimerías.
Un relato donde Carlos del Amor nos hace replantearnos
varias cosas, ¿qué relación guarda nuestro protagonista con el propio Carlos?
Quizás más de la que nos dice, quizás sus miedos sean los mismos que los del
autor. ¿Quién es verdaderamente el protagonista?
Personalmente a nuestro periodista lo veo como un simple
orador, el canal por el cual fluyen las emociones tal como las propias páginas
del libro… Simón se yergue como mi verdadero antihéroe en esta historia, por
diversos motivos que no podría desvelar sin provocar reacciones airadas del
futuro lector.
Gracias Simón, Ana, Héctor, Amalia, Margarita, Marcos…
por dejarnos entrar en vuestras casas, pensamientos y delirios. Hoy mismo,
cuando introduzca la llave en mi portería, no podré dejar de volver la cabeza a
cada una de las puertas que me cohabitan, imaginando qué se esconde detrás de
cada mirilla…